viernes, 30 de septiembre de 2011

RELATO DE NINA-NEKO PARA MI CONCURSO

Este es el relato con el que participa Nina-Neko en mi concurso.
Espero os guste y dejéis vuestros comentarios

Amanecer en la Oscuridad

— ¿Como pudo suceder? ¡¿Cómo pudo suceder esto?!
Ante la mudez de la ciudad, las ruinas fortuitas, un rictus de desesperación casi demencial se alojó en mi rostro. No supe que más hacer, sólo besarla. Besar sus labios muertos. Recorrer con mis labios su ajada boca, marchita.

La esperanza de lo que alguna vez pudo ser se desvaneció cruelmente, el velo, rasgado ante la quietud de la tarde, un velo reprobable, prohibido.
Acusatorios mis pensamientos hacia el alma que acababa de partir, llenos de remordimientos, de desilusiones, de debilidad y total desapego a la vida.
Los cadáveres se arremolinaban ante mis pies, llenos de sangre y repugnantes viseras esparcidas sobre el asfalto de lo que había sido una gran ciudad.
Nueva York nunca más sería la de antes.

A lo lejos, un carromato conducido por feroces perros descarnados y repletos de sangre se dirigía hacía mi, velozmente, levantando una humareda de polvo y papeles a su paso.
No intenté correr, no intenté cargar nuevamente el arma con municiones. En mis brazos tenía lo único que me importaba en la vida, adorándola como a una Diosa, mi preciosa amada había perecido, no lo había logrado. Su cuerpecito entre mis brazos se me antojaba perturbador, era difícil cargarla, cargar su cadáver vacío, tieso e inmensamente frío, pero no podía dejarla ahí, pudriéndose bajo los rayos del sol junto a tantos cadáveres, esperando el instante de ser engullidos por los animales de rapiña o los humanos infectados. Mi pobre Leena no podía sufrir un futuro como ese.

No pasó mucho tiempo antes de que el carromato me alcanzara, era conducido por una persona que a simple vista parecía sana, aunque no podía asegurar nada pues estaba cubierta con una capucha que le cubría el rostro por completo y que sólo dejaba vislumbrar un par de ojos castaños, hinchados y rojizos. Supongo que por el polvo que se levantaba en la ciudad. El último ataque había hecho que un remolino de arena cubriera todo Manhattan y, bueno, todo Nueva York y sus ciudades colindantes.

La carreta se detuvo arrojándome basura y tierra en los ojos, yo cubrí a Leena lo más que pude.

— ¡¿Quién eres, dime tu nombre?! —exclamó el encapuchado con un tono tosco y bruto. Los perros comenzaron a ladrar intentando acercarse a mí, eran cuatro en total, todos estaban infectados y era evidente que en el camino habían devorado uno que otro humano de los tantos que se encontraban tirados en las calles. Sus colmillos dejaban ver pedazos sucios y asquerosos de carne putrefacta y la saliva grasienta que emanaba de ellos poseía un tono rojizo.
— ¡Para qué quieres saberlo! — inquirí.
El hombre bufó de fastidio y bajó del carromato, tenía una variedad de retazos de prendas que componían su atuendo, no veía ni un solo cúmulo de piel, estaba cubierto por completo.

Se acercó a la parte trasera de la carreta abriendo la portezuela, al acercarme pude percatarme de que habían niños y mujeres en su interior, aproximadamente unos ocho niños y cuatro mujeres, dos hombres en total y tres adolescentes hasta donde pude ver. Todos arremolinados en su interior, temblando de pánico, mugrientos y seguramente terriblemente hambrientos.

…Pocas horas después nos desplazábamos por la Quinta Avenida, el hombre mencionó que pensaban ir hacia el norte, hasta Nueva Jersey, todos estaban esperanzados en que el puente que conectaba hasta allá estuviera aún en pie después de los ataques aéreos de los que fuimos víctimas. Estados Unidos había decidido sacrificar a todos los humanos sanos con tal de detener la plaga, no obstante sus taques mataron a la mayoría de los humanos que a duras penas permanecían con vida y a pocos de los infectados que seguían trasladándose por las calles derruidas.

Permanecí sentado junto al hombre, debido a Leena a quien no pensaba dejar tirada en las calles, ninguno de los pasajeros quiso que yo entrara a la parte trasera si iba acompañado por ella, lo cual me daba una oportunidad valiosa para conocer a ese hombre tan extraño y desconocido, y de su sorprendente habilidad para domar a esas fieras infectadas y repugnantes.

Pasaron unas cuantas horas antes de que el hombre decidiera hablarme, yo había intentado hacerle algunas preguntas, pero su carácter hosco y poco amigable dio al traste con mis planes.
—Llevarla contigo no la traerá de vuelta. Además podrías infectarte y a todos nosotros.
— ¡No pienso dejarla, de una vez te lo advierto! Si piensas eso puedes dejarme aquí—repliqué con la vista al frente, especialmente hacia los perros, recuerdo como Leena temblaba de pavor al verlos, son realmente repulsivos.
—No te dejaré aquí. Pero es conveniente que sepas que estoy exponiendo a todos.
—No los expongas. Puedo quedarme aquí, no me interesa. Ya no tengo nada que perder.
El extraño tornó la cabeza para mirarme.
—La vida tienes por perder
—Ella era mi vida entera. Estaba esperando a nuestro primer hijo cuando…
No pude terminar la frase, sentía que mi cuerpo se debilitaba cada vez que recordaba a Leena desplomándose en el pavimento junto al caos que se cernía a nuestro alrededor. Ella fue asesinada por balas del ejercito Norteamericano, había sido tan fuerte, había recorrido todo ese pandemónium junto a mí intentando salvar su vida y la de nuestro bebé, había soportado ser perseguida por esos asquerosos zombis, por los perros hambrientos que acosaban a todo aquel que se moviera, y había hecho frente a la sempiterna oscuridad que se cernía por las noches, aterrada, temblando en alguno de los escondites que elegíamos para pasar la noche, cloacas, edificios abandonados, zanjas repletas de cadáveres y todo ¿para que? Para que una bala se deshiciera de ella. Para que un maldito militar decidiera asesinarla antes que salvarla como era su obligación. El mundo entero no lo sabrá nunca, y quizás ni siquiera lleguen a sospecharlo, pero el gobierno Estadounidense y principalmente el ejército a asesinado a muchos más humanos en esta crisis que aquella plaga cruel.
—Dales sepultura entonces, escoge una catedral y entiérralos en tierra santa. Eso es lo único que puedes hacer por ellos ahora. Y seguir viviendo.
Sentía que ya no escuchaba sus palabras, un zumbido ensordecedor me embargó por completo, pero él no parecía escucharlo, quizás estaba volviéndome loco.

De pronto, el carromato se detuvo en seco, el desconocido miraba algo a lo lejos.
— ¿Qué sucede? —pregunté. Veía hacia un edificio abandonado, las vitrinas estaban desquebrajadas y una oscuridad intensa impedía ver hacia el interior.
—Quédate quieto —dijo
Así lo hice, abrazando el cuerpo de Leena, protegiéndola.

El extraño sacó un arma de entre todo su ropaje, era una beretta 92, utilizada por las fuerzas armadas, su pulcro acero centelleó y me cegó por un instante, y antes de que pudiera ejecutar cualquier movimiento, escuché tres disparos potentes que me enchinaron la piel, ya estaba cansado de escuchar ese maldito sonido.

Saltó fuera de la carreta y se aproximó al edificio, deteniéndose justo frente a las vidrieras. Sacó otra arma idéntica a la anterior.
Todo se quedó en silencio unos minutos, y cuando iba a decir algo, una persona salió corriendo del edificio, gritando desesperadamente, se trataba de una chica asiática de aproximadamente veinte uno o veintidós años de edad. Llevaba la blusa sucia y levemente desgarrada, sus pechos se balanceaban al compás de sus pasos y ella apenas era capaz de cubrirlos adecuadamente mostrando su piel tostada por el sol y llena de rasguños y sangre reseca.
Se escondió detrás de la carreta, justo junto a mí. Mirándome con unos ojillos aterrados y el cabello revuelto, apenas podía contener la respiración, estaba agitada y gravemente perturbada.

A los pocos segundos salió un hombre, seguido por otros dos. Uno de ellos herido en el brazo izquierdo, intentaba contener la hemorragia con una expresión de dolor en el rostro.

— ¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! —gruñó el de en medio. Llevaba unos jeans ajustados y roídos, y un chaleco de mezclilla. Cubría sus puños con retazos de tela roja, su aspecto era realmente desagradable — ¡Has asesinado a uno de mis camaradas y herido a otro, no te dejaré ir con vida después de eso!

Dicho esto cogió un arma de una de las dos fundas para pistola que tenía en la cintura, el extraño se apresuró a combatirlo, dirigió las dos pistolas que tenía y disparó sin dudarlo, los dos tipos de atrás también desenfundaron sus armas, pero ninguno logro hacer nada con ellas, en un instante ambos caían al suelo, penetrados por las balas del extraño hombre que cubría su identidad. El de en medio disparó también su arma sin conseguir atinarle, nuestro salvador dio un par de giros sobre el aire y con un salto felino y sobrenatural atravesó al hombre con sus disparos cubriéndole la boca, los ojos, la coronilla y por ultimo la nuca. Su cabeza era un globo agujerado por el que chorreaban gruesos goterones de sangre. Ni siquiera pudo prever lo que sucedería.

Yo me quedé estático, abrazado al cuerpo de Leena, debo confesar que ansiaba morir, deseaba que esos hombres acabaran con todos nosotros, al menos de esa forma podríamos ser capaces de escapar de ese terrible infierno.

La muchacha entonces salió de su escondite, temblando, sollozando. Mirando a su libertador con una mueca de confusión, quizás pensando en que este podría tratarse de otro hombre más con malas intenciones.

El sol quemaba la piel con fiera arrogancia.
— ¿Quién eres? —le preguntó a la chica que dio un respingo al escucharlo hablar.
Después de unos segundos la chica, tímidamente comenzó, con una voz tan pequeña y delgada que apenas pude escucharla.
—Mi nombre es Miyu… Yo… —No dijo más, intentaba cubrir su cuerpo semi-desnudo, llorando, con la vista baja.
Bajé de la carreta, colocando a mi amada en ella, y me acerqué a ellos pasando por detrás, no quería tener que caminar frente a esos perros feroces que no me daban ni una pizca de confianza.
Atrás algunas persona habían salido para mirar lo que sucedía, pero ninguno hablaba.
Entonces el extraño se acercó a la chica, quitándose una de las largas telas que lo cubrían, hizo una abertura en dos extremos y se la colocó a la joven a modo de playera, haciéndole un nudo en la parte de la nuca y la espalda.

Ella quedó complacida, pero seguía con esa mirada de tristeza.

—No te hicieron ningún daño… debes sentirte afortunada por ello —le dijo el extraño, Miyu lo miró, confundida. Seguramente pensaba en como podía sentirse afortunada estando un lugar como ese, a punto de ser forzada a una cosa terrible. Pero no dijo nada, simplemente se limitó a asentir lentamente.
— ¡Hey!—grité, acercándome a ellos — ¡Hey tú! ¡Como es que viste lo que sucedía ahí adentro y como demonios pudiste saltar de esa forma tan tremenda!
El extraño no me respondió puesto que en el momento uno de esos asquerosos zombis que poblaban la ciudad se echó encima de él, gruñendo y gritando desesperadamente, como una especie de lunático o animal salvaje, intentaba devorar su carne, el hombre intentaba alejarlo, sin conseguirlo, la fuerza del muerto era increíble, era imposible combatirlos. El virus que mutaba sus cuerpos los hacía cada vez más fuertes, cada vez más imparables y cada vez más destructivos.

Miyu comenzó a gritar, cubriéndose los oídos con ambas manos y tirándose al suelo de rodillas. Yo corrí hasta donde estaban ellos, cogiendo un tubo del suelo, golpeé al monstruo con toda mi fuerza sin conseguir dañarlo. Los demás hombres salieron de la carreta, y desenfundaron las armas que portaban.
El muerto exclamó sus últimos gritos feroces y desesperantes antes de caer acribillado al suelo.

Corrí a ayudar a nuestro compañero aún desconocido cogiéndolo del brazo, sin embargo un instinto me hizo soltarlo de tajo cuando noté que había sido mordido en el hombro, su ropa estaba desgarrada y mostraba una mordida en la piel abierta, ensangrentada.
— ¡Estas infectado! —exclamé. Él me arrojó a un lado.
— ¡Por supuesto que no! —exclamó, furioso.
— ¡Lo han mordido, pronto será uno de ellos! — le grité a los demás, levantándome de un salto.
Ninguno pareció escucharme, enfundaron nuevamente y subieron a la carreta en silencio. Ni siquiera parecían querer hablar entre ellos.
Me quedé mudo, estupefacto. Cogí a la chica del brazo.
— ¡Tenemos que huir lejos de él, muy pronto el virus mutará su cuerpo y querrá devorarnos a todos!
— ¡Tu que sabes de esta enfermedad! —Gritó él, furioso — ¡Nada, no sabes nada de ella!
Volvió a la carreta, tanto Miyu como yo permanecimos en el mismo lugar, ella no podía dejar de llorar, pero seguía aferrada a mi brazo y yo al de ella.
—Vuelve a la carreta… Y tú también Miyu, viaja con nosotros, te protegeremos.
— ¿Qué dices? ¡Estás infectado amigo! ¡No tienes oportunidad!
—Christian —murmuró
— ¡¿Qué?!
—Mi nombre es Christian —después de decir esto comenzó a deshacerse de la tela que lo cubría, debajo había un hombre delgado aunque musculoso, llevaba unos pantalones de mezclilla negros, sin playera y cuando se descubrió el rostro, tanto Miyu como yo exclamamos un ahogado grito de sorpresa.
Tenía un rostro infantil, era un chico apenas que no llegaba a los diecisiete años de edad, sus ojos castaños miraban con violencia, con arrogancia y una fortaleza impropia en un chicuelo de su edad.
Pero aún más nos sorprendieron esas terribles y cuantiosas mordidas que tenía en el cuerpo entero, su torso estaba gravemente herido y chorros de sangre reseca lo cubrían por completo.
—Pero… ¿Qué eres tú? —pregunté
—Ya lo dije, soy Christian y soy un humano, no un monstruo.
—Eres un niño —murmuró Miyu, consternada, en su rostro se concentraba una gran mezcla de ternura y compasión. — ¿Por qué estás arriesgando tu vida? Deberías estar buscando un refugio
—No hay refugio señorita, no aquí —respondió, y mirando al horizonte, continuó, serenamente —Al norte, ahí es a donde debemos ir. El sur está ya plagado del todo.
— ¿Por qué no tienes miedo de infectarte? ¿Por qué estás tan tranquilo con todas esas heridas? —pregunté
Él me miró, sus ojos poseían una fuerza increíble que doblegaba a cualquiera.
—Suban a la carreta y se los contaré, no estamos seguros aquí y pronto despuntará el anochecer.

Miyu y yo nos miramos, en nuestros ojos se reflejaba la confusión y el temor. Ella seguía temblando, y yo no estaba del todo relajado. Tenía un miedo atroz por la noche, no quería que llegara nunca, sentía que no podría soportar una noche más viviendo así.

De esa forma, decidimos subir, ella no pareció ofendida por el cadáver de Leena, al contrario, parecía sentirlo muchísimo cuando le expliqué mi situación y la naturaleza de la muerte de mi esposa.

Una vez más avanzamos hacia el norte con una nueva acompañante.
A nuestro alrededor las calles lucían siniestras, vacías y derruidas hasta sus cimientos, no había ruido alguno que revelara la presencia de humanos, ya sean infectados o no. Todo estaba en extrema calma y eso nos tenía con los nervios de punta.
Christian no cubrió su cuerpo nuevamente, y eso me tenía intranquilo, aún esperaba el momento en el que se convirtiera y pretendiera matarnos a todos.

— ¿Y bien? —Pregunté — ¿Ya nos contarás lo que está sucediendo aquí? ¿Por qué tienes todas esas heridas y aún no te has convertido?
El chico se puso incómodo con la pregunta, pero siguió con la vista al frente, sin inmutarse del todo.
—Es una historia muy larga aunque nada complicada. Yo sufrí este virus antes de que saliera a la luz, fui uno de los primero infectados. Aunque algo dentro de mi sangre me hace inmune a la enfermedad, al menos a la enfermedad tal y como la conocemos. Las investigaciones que hicieron demostraron que un grupo muy limitado de personas tienen este mismo ADN que nos hace incapaces de padecer el virus, no obstante eso no nos hace del todo invulnerables, mi cuerpo, según me explicaron, es capaz de aceptar el virus naturalmente y le da un resguardo dentro de mi organismo sin la necesidad de mutarlo del todo.
— ¿A que te refieres con mutarlo del todo? ¿Quiere decir que te convertirás en algo parecido a esos locos?
—No de esa manera. Mi conciencia no ah sufrido daño alguno hasta el momento y eso me da la expectativa de que nunca llegue a suceder, no obstante, mi cuerpo sufre de cambios extra normales, tengo una gran capacidad de adaptación ante cambios bruscos de temperatura, podría decirse que mi cuerpo tiene ahora una gran capacidad de adaptación y de supervivencia. Mi fuerza de igual manera ah incrementado, así como algunos rasgos de mis sentidos. Lo único útil que encuentro es que al menos, con el virus dentro de mí, esos perros me sienten como a un igual, y eh sido capaz de domarlos.
— ¡Es decir que, mientras a otros nos mata y nos convierte en seres desagradables y asquerosos a ti te convierte en un súper héroe! —exclamé, desesperado. ¿Por qué mi Leena no habría tenido ese ADN?
—No creo que sea del todo agradable ¿Verdad? — comenzó Miyu. El chico asintió, con una mirada abatida.
—El virus se ah alojado en mi sistema, vive ahí, se alimenta de mí. Puede que me haya dado esas capacidades, pero también ocasiona que mi cuerpo muera lentamente.

Todos nos quedamos en silencio un largo rato.

Pronto la noche caería sobre nosotros dejándonos a merced de los hombres. Los hombres… nuestros semejantes. Era increíble que en momentos como estos la humanidad se fragmentara de forma tan penosamente desagradable. Estos últimos meses los humanos se han dedicado a luchar contra los humanos, no solo en contra de esos monstruos que devoraban carne viva, si no también de aquellos no infectados. Miyu era un ejemplo de ello. Quizás creyó que al fin había encontrado a alguien capaz de protegerla, acompañarla, pero se había llevado una gran decepción cuando esos cuatro hombres habían intentado abusar de ella aún en estas condiciones de alerta y crisis en la que nos encontramos. Era penosamente increíble que los humanos no pudieran dejar de ser salvajes aún en situaciones como esta, su naturaleza es destructiva, defectuosa. No difieren demasiado de aquellos monstruos que deambulan por las calles desiertas.

Partimos hasta el norte unos meses más, no encontramos un solo humano más, todos nuestros compañeros comenzaron a morir ante nuestros ojos, primero los niños, que, incapaces de soportar las extremas condiciones, el hambre, el sol tan intenso y el viaje tan cansado, comenzaron a enfermar. A nuestro lado en las carreteras y los edificios mirábamos a todos esos zombis vagando por todos lados, incrementando. Pocos lograron sobrevivir.
Yo decidí enterrar a Leena una vez que me di cuenta de lo absurdo que lucía cargando con ella mientras se pudría entre mis brazos.

Mientras tanto, Miyu se había convertido lentamente en alguien muy especial para mí, quizás por su aspecto frágil y débil, o quizás se debía a mi propia debilidad ante la muerte de la mujer a la que amaba y el hijo que esperaba con tanta ansiedad y ternura.

Pocos eran los sobrevivientes. Al punto en que solamente quedamos tres hombres más y
Miyu y desde luego Christian, sin el que no habríamos sobrevivido.
Pero todos sabíamos que pronto él sería incapaz de protegernos. Los estragos de la enfermedad comenzaban a hacer mella en su organismo, mermando sus fuerzas, muy pronto no podría luchar más, solo era cuestión de tiempo.

No teníamos ninguna esperanza, esperábamos la muerte.
Podría ser que llegara de forma austera, tranquila, o tal vez no.
Nuestras disyuntivas se disminuirían poco a poco al punto de quedar hechas polvo, no tendríamos que luchar más por la comida, internarnos en los edificios y supermercados intentando encontrar algo que llevarnos a la boca. No tendríamos que temer todas las noches a que cualquier cosa nos asesinara de forma cruel, no temeríamos más a convertirnos en monstruos sin conciencia ni razonamiento, consumiendo carne humana. Ya no habría dolor, ni lágrimas ni miedo. Sólo muerte.
Sólo esa dulce, sanadora y deliciosa muerte, al menos Leena había tenido suerte, y también nuestro bebé, ella ya había escapado de ese abismo infernal, no había tenido que vivir los horrores a los que tuvimos que enfrentarnos. Era libre.

Fue entonces cuando supe lo que tenía que hacer.

En silencio tomé dos armas del interior de la carreta, y una de las espadas que portaban los dos hombres aún con vida. Primero corté sus gargantas con ella, la hoja se deslizó sobre su piel con tanta facilidad que no hubo ruido alguno, sólo un pequeño dolor, los ojos bien abiertos, la sangre brotando libremente de la herida abierta, una mano estirándose ante mí y, luego la muerte, con toda su maravillosa esencia.
Y luego esa salvadora.

Por último me dirigí hacia donde se encontraba Miyu, dormida. Sus ojitos se deslizaban a través de sus párpados, el cabello lacio y negro echo marañas, su delicado cuerpecito retorcido en la carreta. Intenté imaginarla antes de todo ese desastre, sus cabellos perfumados, perfectamente peinados y sedosos, su rostro sin esas manchas de suciedad, sin esas huellas de lágrimas en las mejillas.
Intenté darle esa imagen antes de morir.
Lentamente me acerqué a ella y oprimí sus labios con los míos, sus ojos se abrieron de par en par, confundida, pero al percatarse de mi presencia, dejó que me deleitara con mi conducta inapropiada, me besó de la misma forma tierna y al mismo tiempo apasionada. Acaricié su cabeza y su frente sin dejar de besarla y ella se aferró a mi espalda, abrazándome con todas sus fuerzas. Supe que sería el momento, no había marcha atrás.
Peiné sus delicados cabellos, y la miré con ternura. Miyu me sonrió, con sus preciosos ojos negros llorosos. No pude seguir viéndola, la besé nuevamente, y con lentitud coloqué el frío acero sobre la cien, ella dio un respingo, asustada. Intentó apartarme de su lado, intentó despegar sus labios de los míos inquiriendo un grito apagado. Pero mi mano no se percató de ello, y pese a mi arrepentimiento tardío, halé el gatillo.
Miyu estaba muerta, y yo manchado con su sangre tan pura. Ahora era libre, igual que Leena, igual que todos los demás.

Me levanté con esfuerzos, no podía pensar en otra cosa que en terminar lo que había comenzado para así poder al fin darme la misma libertad que requería. Busqué con la mirada a Christian sin hallarlo por ningún sitio. Di unos cuantos pasos lejos de la carreta, los perros se habían vuelto locos y ladraban violentamente intentando romper las cadenas que los ataban a un poste de luz.
Caminé lentamente, la oscuridad era tal que ni siquiera podía ver mi mano con el arma apuntando hacia al frente.
Solo escuchaba mis pasos sobre la tierra, cada vez más lentos, cada vez más alertas.
A mi derecha un ruido seco, volteé violentamente, apuntando, mi respiración se hacía cada vez más intensa, más desesperada.
— ¿Por qué lo hiciste? —era la voz de un Christian atormentado.
— ¡Christian! —Grité, sin dejar de apuntar— ¡En donde estás!
—No te perdonaré después de lo que hiciste
— ¿Lo que hice? ¡Sólo hice lo que era necesario hacer, todos estábamos muertos de todas maneras!
—No es verdad, la plaga se está deslizando hacia el sur, aunque aún queden muchos infectados por aquí.
— ¿Y que vas a hacer? ¿Vas a matarme con tus súper poderes? —me reí impetuosamente, sintiendo cientos de estentóreos en mi tórax
—No James… no voy a matarte, a diferencia de ti, yo no soy un asesino, no mato por placer, y mucho menos por venganza. Seguiré buscando sobrevivientes…
— ¡Tan idiota como siempre Christian! ¡Eres tan infantil! —grité, aún buscaba con el arma apuntando regiamente, buscando el sonido de su voz.
—Puede ser James, puede que tengas razón.
Escuché sus pasos alejándose de mí, y noté que se dirigía nuevamente a la carreta donde pude ver su silueta.
Noté como desataba a los perros que al ver a su dueño se habían tranquilizado del todo, y ahora aguardaban frente al carromato nuevas instrucciones.
— ¡¿Qué haces?! —Grité, acercándome— ¡¿Qué estás haciendo?!
No parecía escucharme, comenzó a arrojar fuera los cuerpos de nuestros compañeros de viaje, y empezó su marcha nuevamente.
— ¡¿Qué crees que estás haciendo?!
Corrí hasta él, disparando frenéticamente, con dos pistolas en cada mano, los disparos hacían eco en la ciudad nocturna, oscura y peligrosa. Riendo desesperado, dejé que las municiones se me terminaran en un instante, gritando, suplicándole a Christian que volviera.

Vi con pánico que Christian se alejaba de mí velozmente, hasta que ya no pude verlo más, y deje de escuchar el sonido de los perros corriendo y de la carreta al ser tirada por ellos.
Con un pánico atroz me di cuenta de que estaba en medio de la ciudad oscura, sin nada de protección, completamente solo y desarmado.
Deseé haber actuado de forma diferente. Deseé estar en la carreta junto a Christian y a Miyu.

Con un inmenso terror escuché un murmullo grave a mí alrededor. Aspiré hondo recibiendo una bocanada de acritud aguda y nauseabunda. Retrocedí con una mueca de asco en el rostro, había algo inmundo y putrefacto acercándose hacia mí. Debido al pavor deje que las armas se me resbalaran de las manos, y caí arrodillado al suelo, tomando mi boca entre las manos, temblando, escuchando ruidos aquí y allá acercándose. No quería hacer ningún ruido, debía permanecer quieto, silencioso, esperando que ninguno de esos zombis diera conmigo, que su inteligencia fuera tan nula como para pasarme de largo sin hacerme el menor daño.

De pronto un grito ensordecedor y horripilante salió de la oscuridad junto a un rostro destrozado, tenía la frente baja y echada hacia un lado, cubierta por carne podrida que se le desprendía de a poco. Sus mejillas estaban huecas, y sus ojos tenían una tonalidad roja y penetrante. Me levanté eh intenté huir, pero caí al suelo abruptamente al chocar con uno más, sus ruidos salvajes eran increíblemente horrorosos, mis pesadillas se estaban haciendo realidad.
Cuando agucé la vista noté a un sin número de ellos, dirigiéndose vorazmente hacia mí, sus asquerosas bocas se abrían dejando escapar una serie de gruñidos y sangre coagulada que les goteaba por la barbilla.
A mi alrededor, cientos de infectados me miraban como a su presa.

Y pienso, “que agradables eran las mañanas junto a Leena, acariciando su espalda y jugueteando con sus cabellos” era bonito pensarlo durante esos instantes aterradoramente postreros, pensar en el dulce día en que mi bebé viera la luz de la vida y estirara sus bracitos para hallar un poco de protección, era hermoso pensar que Leena y yo nos amamos como ninguna otra pareja, pensar en las tardes en las que nos encontrábamos en el Times Square para compartirnos nuestras impresiones del día, pensar en aquella noche en la que al fin pude hacerla mía, en esa misma habitación en la que planeamos la llegada de nuestro bebé y nos abrazamos cuando en la prueba casera se nos marcaba el signo de positivo. Recordar que somos seres mortales, que pronto miraría nuevamente a mi Leena y conocería al bebé que juntos procreamos y que nunca pudo nacer. Pensar, imaginar por un breve, un efímero y bello instante, que todo estaría bien…



.



5 comentarios:

  1. estuvo increible,espectacular.
    tienes un gran talento,conservalo.
    tienes mi voto,de verdad que me ha encantado.
    tu forma de describir las situaciones,me hiciste sentir el miedo y horror de esa gente...
    simplemente perfecto.

    ResponderEliminar
  2. Nina, otra vez has escrito un relato genial, ha sido un final inesperado y aunque triste, bonito. Te felicito!!

    ResponderEliminar
  3. :O pero que rlato¡ hahahaha me ha gustado demasiado, es lo mejor que podrían haber escrito¡
    pobre james! no quiero que se muera!
    hahah que buen relato mari, un beso guapa!

    ResponderEliminar
  4. Jejeje mil gracias por sus comentarios chicas!!!
    Cullen, a mi tambien me encantó tu relato, estuvo bellísimo!!
    Todavía no termino de leer todos, aun no sé por quien votar todos son muy buenos!!! :s

    ^_^ Suerte a todas!!!!

    ResponderEliminar
  5. Guuaau Nina me fascinó el relato, como escribes es genial, me encanta!! Tienes todo el talento, ya vote por ti.
    Me gustaría mucho, mucho. Claro, si quieres. Escribir una corta historia de pocos capítulos sobre este relato. Como conoció a Leena y como empezó la mutación del virus.
    Amaría leerlo!
    Muchos besos!!!

    ResponderEliminar