lunes, 14 de mayo de 2012

HAMBRIENTOS DE DESEO CAPITULO 2

Esta historia le pertenece a María en su blog “Letras de hielo y fuego”
Espero que os guste y dejéis vuestros comentarios.

HAMBRIENTOS DE DESEO
Summary: Cinco segundos antes, Jacob Black habría jurado que no le podía pasar a él.. que la mujer perfecta para él no existía. Y entonces, la encontró en un restaurante abarrotado. El olor de la dulce y humana Nessi Cullen desató en su interior una necesidad explosiva que jamás recibiría la aprobación de los miembros de su clan.

CAPÍTULO 2

Apretando el libro contra su pecho para que no se mojara, Renesmee Claire Cullen entró en Muse, la tienda suavemente iluminada de Emily, su jefa y amiga. Su corazón latía con desenfreno y su mente se debatía entre los argumentos del sentido común y los de la libido, que por lo visto estaba ganando.

Estaba completamente desconcertada. El desconocido del restaurante la había asustado de verdad; pero al mismo tiempo, era el hombre más seductor y atractivo que había conocido en su vida.

—Basta ya —le dijo a su propio cuerpo—. Me estás volviendo loca… no te has calmado ni con varios minutos de lluvia fría.

Se quitó la chaqueta, que estaba empapada, y se la colgó del brazo.

La situación no podía ser más deprimente para ella. Llevaba mucho tiempo sin novio y sin salir con nadie. A sus veintipocos años, se suponía que debía disfrutar y vivir intensamente; pero en lugar de eso, se comportaba como una monja.

Además, sus relaciones con los hombres siempre habían sido de lo más frustrantes. Por un lado, tenía expectativas tan elevadas que estaba segura de que nadie las podría satisfacer; por otro, se había topado con tantos idiotas que al final había decidido que estar sola era mejor que estar mal acompañada. Pero mantener esa decisión tras conocer a un hombre como aquél resultaba francamente difícil.

El desconocido del restaurante parecía salido de sus fantasías. En concreto, de sus fantasías más salvajes y apasionadas.

—Hola, Nessi…

Emily la saludó desde la mesa de la tienda, sin levantar la mirada de lo que estaba haciendo.

—Ah… hola, Em.

Renesmee cayó en la cuenta de que llevaba un buen rato en la entrada, perdida en sus pensamientos. Miró a su amiga y vio que estaba trabajando con los nuevos productos; en el suelo había dos cajas: una con cartas del tarot y libros sobre temas paranormales y otra con velas.

Emily Young y Renesmee se habían conocido cinco años antes en una librería local y se habían hecho amigas de inmediato. Dos años después, cuando Emily abrió la tienda, Renesmee aceptó trabajar con ella y la ayudó a convertir Muse en un establecimiento cuyo éxito aumentaba día a día.

A Renesmee le encantaba el trabajo y se sentía como en casa.

De repente, Emily alzó la mirada de las cartas del tarot, vio a su amiga y exclamó:

—¡Nessi! ¿Qué te ha pasado? Por tu aspecto, cualquiera diría que acabas de participar en una orgía con zombis…

—¡Ja!

La carcajada fue tan dudosa que Emily la miró con desconfianza.

—Ya les dije que dirías algo así cuando vieras mi camiseta… —añadió Renesmee, intentando bromear—. Pero no deberías preguntar qué me ha pasado, sino con quién me ha pasado.

Suspiró y dejó el libro y la chaqueta en el mostrador, sintiéndose tan confundida y tan extraña como antes. Tenía frío y calor a la vez. El hombre del restaurante la había dejado en un estado desastroso.

Emily arqueó las cejas y se levantó de la mesa, cubierta con un mantel de terciopelo de color zafiro. Su cabello, largo y rizado, era tan negro que tenía destellos de azul.

—Vaya, vaya. Parece que tu comida ha sido bastante más interesante de lo habitual…

La lluvia arreció en ese momento, golpeando el techo de la tienda con fuerza. En circunstancias normales, a Renesmee le habría parecido un sonido tranquilizador; pero aquel día, después de lo que le había pasado, sólo sirvió para ponerla más tensa y para aumentar su desconcierto.

Emily se acercó a ella, pero Renesmee no se dio ni cuenta.

—Eh, Nessi…

Su amiga soltó una risotada y sacudió una mano delante de la cara de Renesmee para llamar su atención.

—Oh, lo siento… ¿qué habías dicho?

Em la miró con interés.

—Nada, que tú comida ha debido de ser muy interesante.

—Sí, desde luego, lo ha sido…

Em se cruzó de brazos y se apoyó en la superficie de madera del mostrador, tan bonito que parecía más adecuado para un anticuario que para una tienda especializada en productos esotéricos. Como muchos de los objetos del lugar, el mostrador de madera de cerezo procedía de la misteriosa propiedad que la abuela de Em tenía en el sur de Estados Unidos, en lo más profundo de los pantanos.

Como Emily se había criado en el sur, mantenía una relación perfectamente cómoda con las cuestiones paranormales; una relación que Renesmee envidiaba. De hecho, el trabajo en la tienda había sido una especie de prueba personal para ella, una forma de comprobar si podía superar sus temores infantiles. Y Renesmee lo había conseguido. Le gustaba el trabajo, se llevaba muy bien con los clientes e incluso había logrado perder, con el tiempo, el temor a lo desconocido.

O por lo menos, con casi todo lo desconocido. Todavía tenía algunas fobias y pesadillas. Pero Em y su hermano pequeño, Quil, la estaban ayudando.

—¿Y bien? ¿Cómo es él? Porque es evidente que se trata de un hombre… —dijo la morena, sonriendo a su amiga.

Renesmee suspiró y dijo:

—Sexo puro.

Em soltó una carcajada. Sus ojos azules la miraron con asombro.

—¿Es para tanto?

Renesmee se ruborizó. Ni siquiera podía creer que hubiera contestado de una forma tan explícita. Como lectora de novelas románticas, estaba más que familiarizada con los flechazos amorosos; pero nunca habría imaginado que a ella también le podía suceder. Aquel hombre le había dejado una huella profunda.

—Bueno, digamos que las autoridades deberían aprobar una ley contra los hombres tan atractivos —acertó a decir.

Em sonrió con malicia.

—Oh, vamos, no puede ser tan atractivo…

—A mí me lo ha parecido.

Renesmee suspiró al recordar el momento en que sus miradas se encontraron. Todavía sentía la descarga eléctrica, la catarata de deseo cálido y primitivo que casi la había dejado sin aliento.

Incluso en ese mismo momento, al pensar en él, le costaba respirar. No quería otra cosa que apretarse contra su cuerpo y sentirse rodeada por su calor animal, por aquella energía salvaje, de depredador, que lo rodeaba como un aura mientras sus ojos, de color chocolate, le hacían promesas demasiado íntimas y demasiado tiernas como para aceptarlas así como así; sobre todo, cuando provenían de un desconocido.

Pero curiosamente, a Renesmee no le parecía un desconocido. Y lo fuera o no, su provocadora combinación de peligro y refugio era tan absolutamente devastadora que la había dejado fuera de sí, muerta de miedo y dispuesta a hacer cualquier locura.

Emily rió suavemente.

—Debe de ser todo un hombre —dijo.

Renesmee asintió sin prestarle demasiada atención e intentó dejar de pensar en aquel hombre alto y moreno.

Se preguntó cómo lo había llamado su amigo. Jake, diminutivo de Jacob. Un nombre fuerte y muy masculino que le quedaba perfectamente bien, como esos vaqueros desgastados que se ajustaban a sus muslos potentes y la camiseta vieja que moldeaba deliciosamente los músculos de su pecho, por debajo de la camisa de franela.

Hasta su cabello era magnífico, de un castaño profundo y brillante, con vetas rojizas. Lo llevaba un poco revuelto y crecido, como si no se lo cortara con frecuencia pero tampoco quisiera dejárselo largo. En cuanto lo vio, Renesmee sintió el deseo de hundir la cara en sus rizos y llenarse los pulmones con aquel aroma lleno de misterio, natural y adictivo a la vez.

Por desgracia, su amigo había roto el momento mágico de su encuentro con la acusación de que le había puesto la zancadilla. Renesmee quiso creer que había sido un accidente, pero en los ojos de Jacob había un fondo de culpabilidad y supo que no había sido sincero con ella. Después, se comportó de una forma tan fuera de lugar que no tuvo más remedio que salir del restaurante y huir a la carrera.

Pero ella tampoco había sido totalmente sincera con él al rechazarlo. Mientras corría hacia la tienda de Em, se dio cuenta de que quería seguir a su lado. Si la situación no hubiera sido tan extraña, seguramente se habría quedado en el restaurante para investigar lo que había entre ellos, para descubrir en qué consistía.

—Sí, lo es —dijo a Emily—. Y ése es el problema… que es demasiado bueno para ser verdad.

Em sonrió.

—¿Qué ha pasado?

Renesmee rió con suavidad.

—Él… me ha puesto la zancadilla.

Su amiga la miró con asombro.

—¿Cómo?

—Que me ha puesto la zancadilla —explicó, encogiéndose de hombros—. Supongo que lo ha hecho para llamar mi atención.

—Vaya, no conocía ese truco… —ironizó Emily—. Pero hay que reconocer que el chico es original…

Renesmee notó que la lluvia le había mojado la cara. Se la secó con las manos y se apartó el cabello de la frente.

—No he sabido que lo había hecho a propósito hasta que su amigo lo ha comentado —explicó.

—Así que tiene un amigo… —dijo Em, arqueando las cejas.

—Sí, y te encantaría —declaró, sonriendo—. Es un idiota integral.

—Justo mi tipo de hombre.

—Te juro que he estado a punto de morderme la lengua cuando lo he visto. Es tan…

Renesmee no terminó la frase.

—¿Tan…?

Resnesmee intentó encontrar la palabra más adecuada.

—Guapo —contestó, simplemente.

Emily rió.

—Suena bien, pero necesito más información, Nessi. Vamos, haz un esfuerzo de elocuencia y descríbemelo para que me pueda hacer una idea.

Renesmee la miró con desconfianza.

—Sí, claro, para que nos hagas un hechizo o algo peor… ¿Crees que no te conozco, Young? —preguntó—. Sé que has estado mirando esos libros de vudú que te llegaron la semana pasada.

Emily la miró con inocencia fingida.

—Yo nunca haría eso. Me ofende que lo insinúes…

Em estalló en carcajadas. Y su risa era tan contagiosa que Renesmee se unió.

—¿A qué viene tanta alegría? —dijo una voz profunda—. ¿Me he perdido algo?

Las dos mujeres se giraron y vieron que Quil había asomado su cabeza por la puerta del despacho. Sus ojos azules parecían algo adormilados, como si le hubieran estropeado una de sus siestas.

A sus diecinueve años, Quil estaba decidido a echar una mano a su hermana con la tienda. De noche, trabajaba como guardia de seguridad en un hospital; por la mañana, iba a la universidad; y por la tarde, pasaba por Muse y se encargaba del almacén y de mantener la contabilidad al día. Debía de ser tan agotador que Renesmee se cansaba sólo con pensarlo.

—Hola, Quil… Lamento que te hayamos despertado.

Renesmee tuvo cuidado de no girarse hacia él. Si hubiera visto el estado de su vestimenta, completamente empapada, la habría bombardeado con preguntas. Aunque sólo era un adolescente, le gustaba creerse el hombre del lugar y le dedicaba la misma preocupación fraternal que demostraba a su hermana.

—No importa —dijo él, pasándose una mano por su cabello negro—. Ya dormiré más tarde… uno de los guardias me pidió que le cambiara el turno, así que tengo la noche libre. Pero en fin, os dejaré con vuestros cotilleos. Hasta ahora…

—Que disfrutes de tu noche libre —dijo Renesmee.

Em esperó cinco segundos. Los justos para que Quil regresara al despacho.

Después, se inclinó sobre su amiga y susurró, mirándola con malicia:

—Me estabas hablando de esa maravilla que te ha dejado sin sentido. ¿Tienes intención de salir esta noche con él?

Renesmee supo adonde quería llegar, así que sacudió la cabeza.

—No, claro que no.

Em bajó las comisuras de los labios.

—¿Por qué no? Sé que habíamos quedado para ir a esa conferencia del museo, pero no me digas que lo has rechazado por eso. Si te lo has quitado de encima, te aseguro que te retorceré tu pequeño cuello de pelirroja… ¡Renesmee, por Dios! No me digas que…

Como las cosas se estaban complicando, Renesmee se intentó justificar.

—Es que no me ha pedido que salga con él.

Em volvió a arquear las cejas.

—¿Por qué no? Además, ya eres mayorcita… ¿por qué no le has pedido tú que salga contigo? Cuéntame lo que ha pasado, Nessi… pero cuéntamelo exactamente, con todos los detalles.

Em ladeó la cabeza y la miró con intensidad. Cuando la miraba así, Renesmee tenía la impresión de que le podía adivinar el pensamiento. Pero Em, toda una bruja cajún, afirmaba que la adivinación no se encontraba entre sus poderes.

—Bueno… he dicho que es muy guapo. No que estuviera en su sano juicio —murmuró Nessi, a la defensiva.

Em sacudió la cabeza.

—No le has dado ni la menor oportunidad. ¿A que no? —dijo, frustrada y decepcionada con su amiga.

Emily conocía muy bien a Renesmee. Siempre había tenido problemas con los hombres. Todo había empezado con una reacción negativa, típica de adolescentes, hacia una madre que se acostaba con quien quería. Su madre había fallecido unos años antes, en un accidente de tráfico. Y como nunca encontró a nadie que la amara de verdad, Renesmee se reafirmó en su miedo a las relaciones amorosas.

—Dame un respiro, Em. Primero, su amigo empezó a decir cosas raras y a advertirle sobre Dios sabe qué. Después, me dijo que yo no estaba a salvo en el restaurante y que debía marcharme con él… tiene suerte de que no haya llamado a la policía.

Hasta la propia Renesmee se dio cuenta del arrepentimiento que había en su tono de voz. Lamentaba haberse alejado de él.

—Maldita sea, Renesmee —dijo Emily—. No puedes seguir así. No puedes hacerte esas cosas a ti misma…

Renesmee gimió.

—Ahora no estoy para críticas, Em. Déjalo ya, por favor.

—Es que detesto que tires tu juventud por la ventana. Pierdes el tiempo y te vas a convertir en una amargada.

—Puede que esté cansada de relaciones que no van a ninguna parte —se defendió otra vez.

Renesmee dio la espalda a su amiga, alcanzó el libro que había dejado en el mostrador y se lo metió en el bolso. Justo entonces, notó la mirada de Emily. Su amiga estaba intentando captar sus emociones. Era un talento especial de las brujas cajún, aunque lo usaba pocas veces porque ella misma lo consideraba una invasión de la intimidad.

—Déjate de jueguecitos mentales, Em —protestó.

—Sabes lo que va a pasar, ¿verdad, Nessi? Terminarás por perder al hombre de tu vida porque eres como una ostra diminuta que quiere esconderse en la arena. Sal de ahí y enfréntate al mundo de una vez, querida mía… porque si no lo haces, la vida pasará a tu lado y ni siquiera sabrás lo que ha ocurrido.

—¿Eso es lo que tú haces? —preguntó Renesmee, cruzándose de brazos—. No quiero ser grosera contigo, Em, pero no recuerdo que tu vida social sea mucho más interesante que la mía de un tiempo a esta parte.

—Nuestra situación es distinta, Nessi; lo sabes de sobra —el fuego de los ojos de Emily se apagó—. Yo me arriesgué con el amor y no salió bien… quedé como una estúpida, pero al menos lo intenté. Luché por lo que deseaba, o por lo que en ese momento pensé que deseaba.

Renesmee suspiró.

—Discúlpame, Em. Siento haber dicho eso. Me siento como una idiota.

—Eh, tú no eres idiota… eres mi mejor amiga. Sabes que sólo quiero lo mejor para ti —dijo con voz dulce—. Si encuentras el amor, puede que yo encuentre el valor necesario para dar otra oportunidad a un hombre.

—Sabes que Sam era un imbécil, ¿verdad, Em? —preguntó Renesmee—. Un ciego y un estúpido imbécil…

—Por supuesto que lo sé.

Em la miró con humor, pero Renesmee supo que todavía no había superado el dolor de su relación con aquel arribista.

—No te sigue llamando, ¿verdad?

Emily arrugó la boca.

—Me sigue llamando y yo le sigo diciendo que me deje en paz, pero esa cara bonita se niega a entender que ya no me interesa —explicó—. En fin, dejemos ese asunto. No quiero hablar de él.

—Lo comprendo.

—Bueno, como está lloviendo y vamos a tener una tarde tranquila, ¿por qué no te vas a casa a ducharte y cambiarte de ropa? —dijo Emily, cambiando de conversación—. Esta noche tenemos que ir a la conferencia… y mientras estemos allí, quiero que me cuentes todo lo que te ha pasado, pero todo. Puede que haya más de lo que has notado, algo importante que te ha pasado desapercibido.

Em caminó hasta la mesa y ordenó las barajas de tarot y una selección de cristales sin labrar, cuyas caras reflejaban la suave luz de la tarde de lluvia con un alarde de colores intensos.

—Heidi empieza su turno a las cuatro, así que podré salir antes de lo normal —continuó—. Pasaré por tu casa a las cinco.

Renesmee se puso la chaqueta y se colgó el bolso del hombro.

—Gracias, Em.

Abrió la puerta del local, cuyas campanillas tintinearon, y salió a la tarde neblinosa y gris. Había dejado de llover, así que Renesmee disfrutó de la brisa fresca y del suave olor del campo, mezclado con el más acre de la ciudad, mientras se alejaba calle abajo.

Caminaba a buen ritmo, admirando la arquitectura antigua de la zona, con sus fachadas desgastadas pero bien cuidadas y sus enormes robles y sauces, cuyas raíces sobresalían por la acera como si estuvieran buscando el sol.

Aprovechó la ocasión para despejarse un poco o, más bien, para intentarlo. El sol empezaba a salir entre las nubes y a lo lejos se había formado un arco iris, que se recortaba contra un fondo absolutamente azul y prístino. Pero cuando ya había recorrido dos manzanas y estaba a otras dos de su casa, tuvo la extraña sensación de no estar sola. Y no la tuvo precisamente por la anciana que arreglaba unas flores en un jardín, ni por el padre e hijo que sacaban de paseo a su perro.

La sensación se hizo más intensa. La puso tan nerviosa que estuvo a punto de tropezar en una baldosa suelta, aunque conocía tan bien el camino que podría hacerlo dormida y con los ojos cerrados.

Miró hacia atrás y no vio a nadie, pero la sensación siguió con ella y le recordó las pesadillas de su infancia: monstruos terribles que la acechaban, la seguían y, finalmente, la alcanzaban. Cuando por fin llegó a su casa, estaba aterrorizada y su pulso se había acelerado tanto que podía oírlo con claridad.

Sacó la llave a toda prisa y abrió la puerta. En cuanto entró, cerró y echó la cadena.

Se apoyó en la fresca madera de la puerta y dejó el bolso en el suelo mientras intentaba tranquilizarse. Después, echó un vistazo al salón y se animó enseguida; Em la había ayudado a crear un ambiente muy agradable, con una combinación perfecta de muebles de madera, telas cálidas, una alfombra persa en el entarimado oscuro, estanterías llenas de libros y cojines de colores brillantes en el sofá y en los sillones.

Oculto en un armarito de diseño oriental, estaba su equipo de televisión. En una mesa baja, colocada junto a la ventana, descansaban los altavoces de su iPod y su ordenador portátil nuevo.

Aquél era su hogar, su escondite, su rincón privado en el mundo.

Renesmee respiró hondo y esperó a que los restos de temor desaparecieran. Contó los segundos uno a uno, convencida de que no tardaría en sentirse tan segura como siempre. Pero no fue así. El temor seguía en el fondo y le encogía el estómago.

—Relájate —murmuró, enderezando la espalda.

No podía permitir que su desmedida imaginación la traicionara en su propia casa.

Se dirigió a la cocina a grandes zancadas, se sirvió un vaso de té helado y, acto seguido, caminó hacia el dormitorio. Las persianas, que no estaban completamente bajadas, le permitieron ver las nubes se habían cerrado de nuevo.

Un segundo después, sonó un trueno que anunció otra tormenta. Por lo visto, había llegado a casa justo a tiempo.

Se acercó al tocador y se miró en el espejo. Se quitó los pendientes, el reloj de plata y los brazaletes. Mientras lo hacía, se acordó de una canción que Em solía poner en el CD de la tienda y empezó a tararearla suavemente, decidida a sobreponerse al miedo. Y casi lo había conseguido cuando se estremeció de repente y las palmas de las manos se le llenaron de sudor.

Algo andaba mal. Volvía a tener la sensación de no estar sola.

Comprobó la casa y regresó al dormitorio. Naturalmente, no había nadie. Pero entonces se acordó del único lugar donde no había mirado: el armario que estaba al otro lado de la cama, justo detrás de ella.

De repente, tuvo miedo de mirar dentro. Y también fue entonces cuando cayó en la cuenta de que tal vez no había cerrado todas las ventanas. Vivía en un vecindario tan tranquilo que se había vuelto descuidada.

—Los monstruos no existen —murmuró.

Sus palabras no tuvieron ningún efecto. Se sentía como si estuviera en mitad de una pesadilla, como si fuera una hoja frágil, atrapada en la furia destructiva de una tormenta.

Sus dedos se cerraron sobre el abrecartas de plata que Em le había regalado en Navidades. Oyó un crujido en el entarimado del salón.

Contuvo la respiración y miró nuevamente el espejo. A su espalda, a los pies de la cama, vio una figura alta, de más de dos metros de altura. Estaba cubierta de pelo. Tenía unos colmillos enormes y una cabeza que se parecía espantosamente a la de un lobo.

Abrió la abrió la boca para gritar, pero no tuvo la oportunidad. La bestia saltó sobre Renesmee y el abrecartas cayó al suelo, al igual que ella y su atacante.

A pesar de sus intentos desesperados por resistirse, era tan fuerte que la redujo con facilidad y le estiró los brazos por encima de la cabeza. Tenía unos ojos oscuros y sin vida, como los de una muñeca. Olía a bosque y a algo irreconocible, ácido.

Renesmee intentó gritar otra vez; y aunque tal vez lo hizo, no oyó nada salvo los latidos aterrorizados de su corazón.

—Vaya, vaya, vaya. Eres una presa de lo más jugosa.

La voz sonó profunda y gutural. Sus largos colmillos blancos brillaban bajo la luz tenue del dormitorio.

Casi parecía sonreír. Y por alguna razón, eso le asustó más.

—¿Quién diablos eres? —preguntó ella.

Estaba tan fuera de sí que su propia voz sonó profunda y algo demoníaca.

La bestia soltó una carcajada.

—Mi dulce, dulcísima Caperucita Roja… ¿Acaso tu nuevo amigo no te ha hablado de mí? Pensé que ese mestizo te habría avisado.

—¿Quién? —preguntó Renesmee, incapaz de moverse—. ¿Y de qué tenía que avisarme?

—¿No sabes lo que hacen los Cazadores, pequeña humana?

—¿Los Cazadores? —dijo ella, asustada hasta el punto de sentirse enferma—. ¿De qué estás hablando?

—Tu nuevo amigo se dedica a perseguir a los míos y a darnos muerte como si fuéramos animales, sólo porque aceptamos nuestra naturaleza, porque no tenemos miedo de asumir nuestras inclinaciones naturales —explicó, acercándole la cara a la nariz—. Pero ahora que lo pienso, esto es bastante extraño… Balck no suele buscarse hembras como tú. Tiene otros gustos.

La bestia le dedicó una sonrisa maligna, enseñándole unas fauces que parecían prometer un horror espantoso.

Después, se apartó un poco, la observó detenidamente y se volvió a inclinar sobre ella. Renesmee sintió que le lamía el cuello y que después jugueteaba con su oreja.

Soltó un gemido, sin poder evitarlo, y el monstruo rió.

—No, no suele salir con mujeres como tú —le susurró al oído—. Pero de todos modos disfrutaré cuando te devore, preciosa.

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